A veces se dan ciertas circunstancias tan inesperadas, que solo queda pensar que el mundo es demasiado pequeño para uno y su ex-parejas. Por ello es inevitable enterarse de sus vidas.
Hace unos días me llamó Sonia (amiga de la Universidad) con un malestar tan poco característico en su voz. Ella suele ser muy alegre y risueña; pero esa noche se escuchaba diferente. Me contó que hace 6 meses había terminado una relación de 3 años, y que gracias a las redes sociales (un motivo más para rehusarme a ser parte de ellas) se había enterado que su ex enamorado tenía una nueva pareja (al etiquetar amigos en común).
Al comienzo no entendí por que ella estaba triste, si ella fue quien terminó con él. Me decía que al ver las fotos de su ex, con un rostro tan feliz como el que ella conocía, la hacia sentir extraña. Esta vez no era ella la autora de su sonrisa; esta vez esta sonrisa le pertenecía a otra persona. La felicidad no la podía compartir, ni ser parte de ella de manera alguna. Al comienzo dijo que se alegraba verlo feliz, pero era evidente en su tono de voz que no había alegría, sino pena. No era mezquina con la felicidad de su ex, era el remover sus recuerdos de felicidad con él, y reconocer públicamente que ya no eres parte de su vida, un capítulo pasado de un libro ya cerrado. Es aquí que después de racionalizar muchas emociones, finalmente me dijo: "siento un vacío en el estómago".
Inmediatamente pensé que Sonia estaba sobredimensionando las cosas. Era inevitable que su ex diera un paso en algún momento y tenga nuevamente una pareja. La verdad no supe que decirle, creía que no estaría dispuesta a confrontar sus ideas y la sentí demasiado desencajada como para cuestionar sus emociones, así que compartí las suyas.
Hoy empecé el día de una forma muy inusual. Recibí una llamada muy temprano de una amiga, quien necesitaba configurar el wi-fi de su nueva laptop. Así que en la noche saliendo del trabajo fui a su casa. Mientras configuraba su equipo, ella me contaba cuan pesado había sido su día. Ella es obstetra y trabaja en una Clínica particular. Me empezó a comentar que tuvo una paciente en particular, quien tuvo un parto muy problemático. Que, mientras ella hacía lo posible para atenderla de la manera mas adecuada, tuvo que lidiar con el personal de la Clínica y con la misma familia, quienes objetaban cada decisión que ella tomaba. Al final del día, y tras el manejo apropiado del caso, ambas partes le dieron la razón, lo que la hizo sentir mas tranquila pero agotada.
Mientras ya me alistaba a retirarme y ella terminaba su relato heroico del día, mi amiga me dice el nombre de la paciente: Vanessa. Cada vez que escucho el nombre recuerdo quien fue Vanessa en mi vida y lo que significó en mi. La mujer a la que amé mas intensamente, con quien compartí mis mejores momentos y también los peores, con quien descubrí lo mejor y lo peor de mi. Nos hicimos mucho daño mutuamente y tuvimos el peor final, por ello nunca mas me comuniqué con ella ni ella conmigo. Han pasado 6 años y es inevitable que muchas cosas me hagan recordar a ella.
Estaba ligeramente abstraído, después de unos minutos empecé a procesar el relato de mi amiga: el nombre, la familia, el lugar, era demasiada coincidencia. Fue inevitable preguntarle el apellido... y era ella. Vanessa, a quien alguna vez hice la promesa personal de amarla hasta mis últimos días en esta tierra, era madre de un bebe saludable. Fue mi silencio el que hizo que mi amiga se de cuenta, pero le dije que solo era el nombre el que me hacía recordar a mi ex.
Ahora, mientras venía en el bus y atravesaba medio Lima, fue inevitable sentirme mal. Arrepentirme de muchas cosas que hice y dije. Maldecir mi poca madurez de aquellos años y lamentar el no haberle dado crédito a la autora de una de las etapas mas felices de mi vida: "Gracias Vanessa por haber compartido 3 años de tu vida conmigo".
Llegando a mi casa, agarré mi celular y envié un mensaje de texto a Sonia: "Lamento no haber estado a la altura cuando me necesitaste, ahora comprendo lo que decías esa noche. Hoy siento un vacío en el estómago...".